“Añoro mucho lo que era antes La Sarga. Recuerdo a todos los vecinos reunidos en “La Placeta” las noches de verano. Todos de tertulia, algunos jugando a cartas. Y, de repente, aparecían unas bandejas con patatas, otras con carne de caza...y todos a cenar. O cuando alguien a mediodía gritaba: ¡os invito a una paella! y allà que íbamos todos a comernos la paella”. Quien así se expresa es Carol, recordando su niñez y juventud en La Sarga.
Sus padres, Manolo y Moha, alquilaron una casa en 1968, cuando Carol tenía seis años, atraídos por sus familiares, (Alfonso, María, Miquel y Mercedes). Era, lo que podríamos denominar, un período de prueba.
Allí pasaron varios veranos y muchísimos fines de semana hasta que les propusieron comprar la casa situada en el número 10 de La Plaza. Carol dice, con mucha pena, que “hace dos años la tuvimos que vender porque mi padre enfermó y ya no la disfrutábamos como antes".
Carol descubrió allí, junto con su hermana, a “buenos amigos”. Un grupo de chicos y chicas que “salíamos de casa y sólo regresábamos a comer y cenar porque, claro, teníamos hambre”. Desaparecían con sus bicicletas y recorrían toda la zona “incluso nos íbamos a la cima del Puerto de La Carrasqueta para ver el mar”. Carol recuerda también con mucha nostalgia que “íbamos a la piscina de la urbanización del Estepar porque los propietarios, Isidro y Pepe Cantó nos dieron permiso, siempre por caminitos con la bici".
Con su padre, Carol se iba a recoger setas. Cuando habla de este episodio se le iluminan los ojos: “nos levantábamos muy temprano, hacía mucho frío pero cogíamos las mochilas y enfilábamos el camino hacia la sierra . Volvíamos helados y nos metíamos en la cama, no sin antes encender la chimenea y hacernos un desayuno que calificar de copioso es poco: huevos, sardinas, pimientos, pan...Nos poníamos las botas, lo pasábamos genial".
Al llegar la temporada de la recogida de las manzanas, ayudaban a su tio Alfonso y aprendió la manera típica de cogerlas “con rabito”. También recuerda que de pequeña un día su tío les propuso ir a recoger cerezas. “Como no llegaba al árbol, me subió al cerezo y me dijo que comiera las que quisiera y comí hasta que no pude más, estaban riquísimas y recuerdo ese sabor intenso de fruta recién cogida".
Una de las diversiones de los domingos era esperar a ver a quién le correspondía el turno de tocar las campanas de la Ermita: “no había sorteo. Era divertido porque no había escalera propiamente dicha, sólo una vieja de madera. Pero bueno, todos sabíamos más o menos a quien le correspondía”. Por cierto, que cada familia de La Sarga tenía la obligación de ir a recoger al cura para que pudiera oficiar misa los domingos de verano. Tenían que ir hasta Alcoy porque el párroco era el titular de la iglesia de San Mauro.
“Son muchos y gratos recuerdos que jamás se olvidan, también eran otros tiempos, la vida en el campo se vivía de otra manera, esa era la buena", concluye Carol su relato.
Deja un comentario